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En busca del estilo propio

En perfumes la búsqueda del estilo propio es una historia que nunca acaba y que está impulsada por el grado de cariño que uno tiene hacia el mundo de las fragancias. Para algunos el interés de usar un perfume es mínimo y las necesidades de mostrarse limpio quedan cubiertas por los artículos de limpieza que se usan, desodorantes e incluso destacando una gran capacidad de adaptación que permite usar lo que a uno le regalen. En el extremo opuesto está la apreciación sibarita de tener colecciones de perfumes donde cada aroma ha sido escogido para una ocasión especial, un estado de ánimo o a veces una oferta llamativa, dando la idea de un amor intenso por el mundo de los perfumes pero que a la larga tiende a una menor oportunidad de apreciar y querer de manera individual cada una de esas adquisiciones. Y en el punto medio de esta escala existe el caso de una persona que ha tenido la fortuna de encontrar un perfume y lo ha usado por años sin preocupaciones e incluso disfrutando el haberlo convertido su carta de presentación donde la gente de su entorno conoce la fragancia no por su nombre comercial, sino por el nombre de la persona que lo usa. Y para esta persona el mundo se viene abajo cuando ocurren eventos que hacen tambalear este reinado eterno, como el hecho que el perfume esté descontinuado, que algún evento emocional o un comentario desafortunado haga que un aroma se haga poco atractivo de un día al otro, o que la situación económica convierta un gusto en un lujo insostenible.

Hago un paréntesis personal: he conocido personas que por años han sido fieles a un aroma, como el caso de un compañero de pasillo que durante toda mi estadía en una empresa olía a Herrera for Men, tuve una secretaria con un aroma intenso a rosas que reflejaba una personalidad fuerte e insinuaba un pasado elegante que entendí como un blindaje a las preguntas sobre su vida personal, de mi cuñada cuyo perfume sagrado es Chanel N°5 y que ha usado desde que tuvo su primer sueldo dejando en claro que nunca cambiaría el perfume con el que soñaba desde niña y una ejecutiva de mi ex empresa de la que todavía tengo la sensación que fue ella la que nos llevó a la quiebra, cuyo perfume decía que era mágico y le daba seguridad ya que todo el mundo se le acercaba a preguntar por su aroma pero que terminó en una espiral de abuso inventando el ritual de los 20 sprays del éxito cuando anunciaban que un cliente venía a su oficina (regla de oro: un perfume en exceso algo oculta o de algo quiere desviar la atención). Para todos ellos no existe la necesidad de cambiar y se cumple el propósito principal de una fragancia de crear alegría y placer personal.

Tuve mi primer perfume hace ya unos 35 años, un Azzaro pour Homme que causaba furor en el colegio por romper la tendencia del resto, y también causaba rechazo porque me salía de la tendencia del resto. La elección en parte era obvia porque el futuro que me habían escogido era continuar la tradición paternal siguiendo una línea gerencial y los perfumes llegaban por sí solos en cumpleaños y navidades, con pequeñas variaciones hacia Drakkar Noir de Guy Laroche y unas apariciones más frecuentes de Taxi de Cofinluxe cuando la economía se puso más delicada y que luego derivaron a la serie Patrichs. La época universitaria quedó marcada con un cambio de vestuario, de corte de cabello y de aroma que trataba de sostener de manera independiente y ahorrando por mi cuenta, motivado por el deseo de crear mi propio futuro. La base de partida fue Taxi de Cofinluxe sustentado en los halagos por el aroma de un par de compañeras de estudio y planteando un estilo que evolucionó a Jazz de YSL que se mostraba más dinámico y espontáneo. Luego vino el primer trabajo donde la casualidad me llevó a una vendedora de perfumes con experiencia y capacidad de escuchar que supo escogerme un aroma sofisticado y profesional en la forma de un frasco de Xeryus Rouge de Givenchy que me acompañó por años incluyendo el día de mi boda. Un cambio a otra oficina de líneas corporativas y con un malísimo sistema de calefacción invitó a experimentar con nuevos aromas más intensos y complejos que acompañaran ese estilo más formal que lentamente comencé a apreciar gracias a la guía de esa vendedora que se volvió mi perfumista de cabecera con sus elecciones, moviéndose a la par con el encargado de la tienda de ropa de la que me hice fiel y que me traía a pedido camisas y corbatas únicas que no se vendían a otros clientes, pasando de un breve Boucheron pour Homme a un Salvatore Ferragamo pour Homme y llegando hasta S.T. Dupont pour Homme y Déclaration de Cartier. Una mala conjunción de un día frío de abrigo y bufanda de lana con un metro caluroso, que creó una sensación de ahogo que nunca había tenido, insinuó un cambio de estilo en los aromas densos y en el exceso de aplicaciones, donde los primeros viajes al extranjero dieron con la alternativa de un aroma todavía especiado pero mucho más fresco que recordó el dinamismo de la universidad, con Theorema Uomo de Fendi antecediendo las líneas limpias al jabón de un Bulgari Blv pour Homme que había leído en una revista y que quise traer 6 meses antes que alguien lo tuviese en mi país.

En una seguidilla rápida de años descubrí una predilección por el estilo diferente y poco conocido de la marca Bulgari, con la aparición de hijos marcando un estilo más cercano y hogareño con predominio de naranjas, pomelos y limones, coincidiendo con mi esposa que después del primer embarazo tuvo que cambiar de los especiados al frescor del té verde y los tonos cítricos, pero entrando en un ciclo donde me repetía la misma compra de 2 o 3 años atrás al no encontrar perfumes nuevos que me agradaran y empujado por la prisa de una botella que cada día tenía más aire que líquido. Actualmente estoy con un Jaguar Pace Accelerate demasiado fuerte para usar en la casa pero que es atractivo para mis hijas y que me hace imaginar una resurrección del extinto Theorema Uomo de Fendi, más un frescor todavía veraniego de Bulgari pour Homme que en estos días de encierro se convirtió en mi aroma de diario protegiendo un perfume al que nunca le puse nombre y que hice en un taller de Fragonard, una pequeña joya de limones que disfruto sólo los fines de semana y que me hace respetar el trabajo que hace un perfumista (que de paso, componer algo pagado por adelantado, con los ingredientes que te ponen en la mesa, en un idioma en el que uno todavía no adquiere la soltura necesaria para expresarse y dentro de un plazo de 1 hora da para otra historia).

¿Qué pasará mañana cuando la botella de ese perfume favorito quede vacía? El mundo seguirá adelante porque el destino de un perfume a la larga es acabarse, pero su objetivo durante su vida útil es crear recuerdos, agrado y amor propio. ¿Existe el estilo propio, a nivel de una composición precisa de notas en un equilibrio perfecto? ¿o la certeza de afirmar que uno es naranjas, rosas, sándalo o especiados imaginando una búsqueda tipo Santo Grial probando y desarmando aromas para llegar a un perfume infinito (y que fue la base para el comienzo de este blog)?... creo que no. Existen necesidades de mostrarse diferente a los demás y salir del promedio, existen apegos a recuerdos que vuelven con cada rociada de perfume y existe comodidad y seguridad gracias a una elección hecha años atrás. En la vida surgen situaciones precisas donde un aroma agrada y otros momentos emocionales e incluso climáticos donde es válido dejar partir un perfume. Ocurren accidentes felices donde un aroma perdido aparece nuevamente, no como una reencarnación idéntica pero con las notas casuales precisas que permiten que un recuerdo regrese, y esos accidentes felices uno los debe invitar en esos momentos de aparente bloqueo cuando no aparece el clon perfecto de esa fragancia perfecta que uno ha usado por años y que tiene los días contados. Da un giro... inventa, prueba, equivócate, aprende de tus errores, prueba de nuevo y trata de aprender antes de equivocarte... y siempre disfruta.