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El primer perfume

Una de las grandes cualidades de los recuerdos es el poder asociar varios sentidos a las vez junto con una sensación general de agrado o desagrado. Es así como situaciones particulares como aromas de ajo o albahaca pueden traer recuerdos de la cocina de una abuela de la infancia, el sonido de una avioneta cruzando el cielo crea una sensación de nostalgia que traslada a un barrio en una época mucho más tranquila y silenciosa lejos de la urbe, o el tacto sutil de una abeja posada en la mano que inevitablemente trae de vuelta el miedo por esa picada dolorosa cuando niño. Es así como el primer perfume también cobra importancia por los primeros sentimientos y sensaciones que creó.

Hay varios primeros perfumes, como las fragancias asociadas a la familia y las visitas que llegaban a casa con aromas desconocidos de flores densas, inciensos complejos y tabacos potentes. O la sorpresa de sentir a los 10 años un frescor de flores delicadas de una amiga del colegio que destaca dentro de la relativa ausencia de aromas del resto de los alumnos y que luego se pierde años después en un caos adolescente donde cada persona invade el aire con sus propias propuestas, algunas acertadas, la mayoría desafortunadas. Pero el más importante de todos es el primer perfume personal y que es el primer eslabón de un efecto mariposa que formó la persona que somos ahora.

Pudo ser la suerte de un regalo que abrió un mundo desconocido de flores delicadas, cítricos aventureros o resinas sutiles que todavía se asocian con cariño a recuerdos de un mundo feliz y más inocente que invitaba a mantenerse en el mismo sitio repitiendo el aroma por muchos años. O una relativa pesadilla sobre una capa aromática envolvente que uno no comprende, que descoloca y que es el motivo por el cual alguien mantiene una mínima relación con el mundo de los perfumes. En el mejor de los casos fue el primero de muchos experimentos que llegaban de suerte en alguna festividad y que eran usados confiadamente en cantidades como un elixir garantizado de conquista pero que te aterrizaban a la realidad cuando el abuso de producto creaba el efecto contrario al deseado.

Eso lleva a un primer perfume en particular y que fue el adquirido por medios propios, que puede ser tomado como un trofeo a la independencia pero que también surge con algo de prisa y presión como una necesidad al primer trabajo y lleva asociadas esas sensaciones de acierto o fracaso con aromas demasiado intensos o sofisticados que ostentan demasiado para alguien joven y sin experiencia y que tras algo de prueba y error llevan a encontrar un equilibrio orientado en el agrado por encima de la apariencia. Con el tiempo conoces a una persona especial y vuelve a aparecer otro primer perfume que es el que dedicas a alguien más, donde las mejores intenciones pueden verse nubladas por la necesidad de impresionar, de mostrar más cariño por medio del precio, de confiar en la tendencia de moda o creer que mientras más intenso y complejo es mejor.

Mirando hacia atrás nos reímos de los desaciertos y atesoramos con cariño los recuerdos como si se movieran al son de la melodía de "Aguas de Marzo" de Tom Jobim, surge la nostalgia por fragancias que ya no existen y se aprende de estilos a los que uno prometió que nunca volvería y que la naturaleza cíclica de la vida te recuerda lo contrario. Aparecen los hijos y con ellos el último primer perfume que es el que le dedicas a un pequeño ser en formación como su primer perfume. No hay necesidad de ostentar, la economía familiar te hace apuntar bajo y la experiencia como suma de errores vividos en carne propia te hace olvidar los falsos consejos de la publicidad para actuar de una manera sincera escuchando qué les gusta, para qué lo usarán y probando varias muestras hasta encontrar el aroma acertado, que es lo que debería haber ocurrido desde el comienzo de esta historia de los primeros perfumes.